Se cayó la reforma, pero nos quedan los
muertos, los heridos, desaparecidos, propiedad pública y privada afectada, una
fuerza pública desprestigiada y una marcha estigmatizada, aunque la mayoría de
ciudadanos marcha en paz y con demandas legitimas unos pocos eclipsan a través
de la violencia el real propósito.
Marchar siempre valdrá la pena, es un
derecho ciudadano en el contexto democrático y el ejercicio de la libertad que
consagra la Constitución, pero la violencia definitivamente nunca valdrá la
pena, venga de donde venga, Estado o manifestantes; la violencia es
instrumentalizada por unos pocos para lograr propósitos electorales egoístas,
se orienta en alimentar egos y roba legitimidad a una marcha en la que la
mayoría de los ciudadanos hacen sentir su voz, reclamando condiciones en un
país que hoy más que nunca se ve afectado por los devastadores efectos que el
COVID-19 nos deja.
Hay que celebrar que la reforma se
cayó, era una reforma impertinente porque fue presentada en el momento
incorrecto y de la manera incorrecta, regresiva porque afectaba más a la clase
media mientras protegía grandes capitales, además autoritaria porque fue
construida sin consenso, pero ese logro, tumbar la reforma no obedece a unos
pocos desadaptados vandálicos; claramente el señor de la tienda no es a quien
se le reclama, ni a la señora que saca un puesto de comidas, ni a las personas
que se transportan en el Transmilenio, el Metro o en el MIO, siendo por el
contrario ellos a quienes afecta más esta violencia, que al final de la jornada
sólo exacerba la problemática.
Ojo con el 2022, porque el país queda
tan polarizado después de estos días de violencia que se teme que la discusión
no admita un análisis real de propuestas coherentes que nos muevan a afrontar
los retos económicos y por el contrario queda rezagada en el eterno dilema de
simples posiciones políticas.
Ojo con el 2022, porque políticos
irresponsables azuzan la violencia y mueven a la gente a votar en masa por
cualquiera, entregando el país a personas poco abiertas al dialogo y
contradictores de la real democracia, violentas en su discurso y autoritarias
en su proceder, que poco saben o respetan las buenas prácticas y que en
momentos de crisis como el actual, están desconectados de la realidad y
recurren a criticas vacías y distantes de las necesidades del común de la
población.
Rechacemos siempre la violencia, ésta
enloda reclamos justos, ofende nuestra democracia e invisibiliza a quienes
marchan en paz, NO es destruyendo infraestructura pública y negocios que vamos
a lograr el país o la ciudad que soñamos.


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